martes, 28 de septiembre de 2010

Opinión: Policía infantil

Polícía infantil, educación pública, monopolio religioso y mesianismo.
Por O.Gonzélez Salinas

Comparto en un todo y hago míos los comentarios de Corina Milán en la edición de Puerta e del lunes 27 de setiembre, respecto de la policía infantil y sus derivaciones.
De todos los aspectos que tiene la cuestión (el tratamiento mediático, las medidas adoptadas por el gobierno provincial, las disputas entre defensores y detractores, los derechos del niño) quisiera detenerme en el que, a mi juicio, importa más, y es la dimensión educativa de la actividad en debate.

Es muy cierto lo que plantea Corina: las discusiones se fueron por las ramas y poco se profundizó en el tema de fondo, que es que la actividad dirigida por el sacerdote Mari, al realizarse en el marco de una institución pública provincial, adquiere el carácter de política pública y, puesto que está dirigida a niños, no sólo hijos de personal policial sino -como se ocuparon de resaltar muy bien los organizadores- abierta a la comunidad, configura indudablemente una actividad educativa, entendida la educación no sólo como la mera transmisión de información sino como la formación en valores.
Este es, a mi modo de ver, el nudo de la cuestión a debatir: tal como está planteada, la actividad de la “policía infantil” es una actividad educativa del estado provincial que forma parte de sus políticas públicas, en la medida que siga contando con el aval (por lo menos) de la institución policial y de sus máximas autoridades locales, como quedó demostrado en el acto del sábado 25 de setiembre en el cual Mari claramente redobla la apuesta en contra de la decisión del Gobernador de la Provincia, no sólo al continuar con la actividad semanal de la “policía infantil” en el casino de suboficiales como si nada hubiese pasado, sino que en una clara demostración de fuerza, se permite invitar a la totalidad de los medios de comunicación locales para exhibir que su proyecto “está más fuerte que nunca”.
Y como tanto se ha opinado del asunto, quiero limitarme a indicar dos cuestiones puntuales referidas al aspecto educativo de la experiencia, no sin antes destacar el llamativo silencio del Ministerio de Educación provincial.
La primera de ellas es la inconveniencia de poner en manos de una autoridad religiosa una actividad educativa pública. Ello no sólo va en contra de la histórica ley 1420 de educación laica (precepto que se conserva en la ley actualmente vigente), sino que contraría los principios constitucionales de libertad de culto.
Hoy que precisamente los más altos jueces de la Nación (dos integrantes de la Corte Suprema de Justicia) llaman la atención sobre la discriminación que supone la existencia de símbolos exclusivamente de la religión católica en las salas de audiencias de los tribunales, no se puede hablar de integración (uno de los argumentos más oídos entre los defensores de la policía infantil) si se encarga la formación de los niños a un ministro de esa fe que, por más que sea la mayoritaria en nuestro país, no autoriza a imponer su dogma al resto de las personas, grandes o chicos.
El cristianismo católico, por respetable que pueda ser, no tiene el derecho de ejercer el monopolio religioso. Parece mentira que a esta altura del siglo XXI estemos hablando de esto.
El segundo punto que me parece preocupante está en la letra de la canción que, a modo de himno (lo de himno no es una apreciación mía, sino que así fue presentado por una de las organizadoras del acto del sábado 25).
La canción dice, entre otros conceptos: “Un nuevo sol se levanta sobre la nueva civilización que nace hoy...”.
No hay que ser semiólogo para descubrir el espíritu mesiánico de la proclama. Y debo decir que no me gustan nada los mesianismos, menos aun los mesiánicos, aquellos que creen que vienen a fundar un nuevo orden.
Porque el mesiánico es el dueño de la verdad, siente que todo lo que existe no vale y debe ser cambiado y que él es el llamado a hacerlo.
El mesiánico desdeña lo que enseña la historia: todo lo que se hizo antes de ahora no sirve; a partir de hoy nace una nueva civilización.
El mesiánico no tiene memoria, no la necesita; le molesta: es un lastre para su proyecto.
El mesiánico es, por lo general, maniqueo: entiende el mundo como dividido entre buenos y malos; no admite matices. Nosotros, los que hoy estamos aquí, somos los buenos y venimos a fundar una nueva civilización. “Dios está con nosotros” dijo Mari con toda candidez y honestidad (esto no lo pongo en duda) ante las cámaras durante su proclama en el acto del sábado 25.
La pregunta es si en la provincia del Chubut, a diez años de haber comenzado el siglo veintiuno, que debería ser el siglo de la tolerancia, la diversidad y el pluralismo, debe sostenerse como política de estado una actividad educativa destinada a niños, basada en criterios opuestos a esos valores, sin el necesario debate en los ámbitos que corresponden.

Osvaldo A. González Salinas
D.N.I. 10.550.077

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